La presunción de la riqueza en la Historia
La presunción y la exageración de la riqueza personal es tan antigua como la sociedad en si misma. En algunos casos, como por ejemplo en la antigua Roma, la presunción se convirtió en algo tan común y problemático que el gobierno debió promulgar leyes para intentar combatirla. Las Leyes Suntuarias, como se denominó al conjunto de las varias leyes que intentaron regular el gasto excesivo en ropa, muebles, adornos, joyas y vino, fueron promulgadas tanto para combatir el despilfarro innecesario durante períodos de crisis económica como a su vez para combatir el gasto excesivo de los ciudadanos con fines vanidosos.
Roma era una sociedad donde la clase social se anunciaba no solo a través de las impresionantes villas de los terratenientes, sino que se hacía además un especial énfasis en la vestimenta. Si bien la distinción entre ricos y pobres a través de la vestimenta es algo común incluso en nuestros días, entre los romanos esto llegaba a tal punto que dichas distinciones servían para distinguir no solo entre pobres y ricos sino que además se podía distinguir entre ricos y ricos.
Un ejemplo de esto son los clavi. Los caballeros équites podían llevar la angusticlavia en sus túnicas (una tira vertical rojiza o púrpura) mientras que a su vez solo los senadores podían llevar la laticlavia (una tira más gruesa). Los detalles en color púrpura de Tiro eran tan costosos, principalmente debido a que se realizaban a partir de una tintura muy difícil de obtener extraída de las conchas marinas Murex brandaris, que con el paso de los siglos comenzaron a asociarse exclusivamente con la élite social romana, y más tarde con la familia imperial.
Lo anterior, si bien se encuentra en todas las sociedades, es mucho más intenso o pronunciado en las sociedades donde la movilidad social es prácticamente nula y la discriminación social está a la orden del día. Razón por la cual no es de extrañar que la ostentación de la riqueza y la presunción social fueran muy comunes tanto en Roma como en la sociedad británica del pasado. Al igual que Roma, en la Inglaterra medieval se debieron implementar leyes suntuarias. Estas comenzaron con el rey Eduardo II en el siglo XIII, quien intentó combatir los gastos extravagantes de la nobleza en sus banquetes. Banquetes cuyo fin primordial no era el de agasajar a los invitados, sino más bien el presumir ante la sociedad al ofrecer un banquete más fino y extravagante que los banquetes anteriores.
Si embargo, y a pesar de los intentos de Eduardo II y sus sucesores, quienes crearon todo tipo de regulaciones intentado eliminar este fenómeno social, la ostentación de la riqueza continuó en Inglaterra y luego, tras la unificación británica de principios del siglo XVIII, en el Reino Unido. Su punto de expresión máxima tuvo lugar durante entre el siglo XVIII y el siglo XIX, cuando los británicos de las clases más pudientes llegaban a pagar pequeñas fortunas con el fin de obtener frutas tropicales frescas para sus banquetes.
En especial se codiciaban las piñas tropicales, por las cuales se llegaban a ofrecer barras de oro o sumas cercanas en moneda de la época a los ocho mil euros actuales. En efecto, era una fruta tan lujosa y codiciada que la misma se ofrecía como regalo en los aniversarios y cumpleaños de reyes y nobles, como podemos ver en la pintura anterior de finales del siglo XVII en la cual John Rose le ofrece una piña como regalo al rey Carlos II.
Algo que luego, por supuesto, era fuertemente alardeado en los varios clubes sociales y casinos de Londres en los que frecuentaban los caballeros de la alta sociedad británica en ese entonces.
Los animales gigantes de los terratenientes británicos
Si bien los banquetes eran el medio predilecto mediante el cual la aristocracia inglesa ostentaba su fortuna, entre los terratenientes agrarios, alejados de Londres y por lo tanto apartados de la frenética vida urbana, existían otras maneras mucho más creativas de ostentar su riqueza.
Por encima de las mansiones, las lujosas fuentes de agua y caminos pavimentados de entrada a sus mansiones así como las finas estatuas en bronce y piscinas reflectantes, uno de los medios utilizados para presumir su riqueza eran las pinturas de sus animales premiados. En un principio estas pinturas representaban cuantiosos rebaños, caballerizas y manadas. Pero con el pasar del tiempo y la llegada las competencias ganaderas y de cría en general, las pinturas comenzaron a representar animales premiados de gran tamaño. Tamaño que se exageraba visualmente en gran medida al momento de realizar la pintura.
A pesar de que estas pinturas eran exageradas, la frenética competencia por ver quién poseía los animales más grandes llevó a que cada vez los aristócratas dedicados a la ganadería y la cría (esto no era tan común entre los criadores de subsistencia) seleccionen animales de mayor tamaño, dando como resultado una revolución ganadera gracias a la cual con el paso de las décadas se fueron obteniendo animales de mayor peso y tamaño. Por ejemplo, según el libro El estado animal de Harriet Ritvo, el peso de los corderos se duplicó entre principios del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Mientras que en el caso de las vacas su peso se incrementó en un tercio.
Las residencias de la realeza británica: en el siglo XIX un autor y editor de libros creó una magnífica obra de arquitectura ilustrada llamada La Historia de las Residencias Reales en la cual se ilustraban en exquisito detalle y se realizaban extensas descripciones tanto de los palacios de la realeza y la nobleza británica. Puedes leer más al respecto en el siguiente artículo: Arquitectura ilustrada: La Historia de las Residencias Reales.
Como mencionamos anteriormente, las competiciones ganaderas y agrarias por todo el Reino Unido llevaron a que los terratenientes y ganaderos expongan a sus animales con el fin de ganar prestigio. El mismo consorte de la reina Victoria, el príncipe Alberto, se afanaba en la crianza de sus cerdos, al punto de volverse esta una obsesión en su vida. Las competencias de cría se realizaban en todos los centros ganaderos del Reino Unido, y obtener animales premiados en las mismas era algo de mucho prestigio social, razón por la cual siempre se festejaba una victoria realizando una pintura un tanto exagerada de dicho animal.
Uno de estos animales premiados fue el buey de Durham, un animal que a principios del siglo XIX causó tal revuelo en la sociedad británica que llegó a marcar durante más de un siglo la manera en la cual los animales de los nobles eran representados en las pinturas. Este gigantesco buey, de forma casi rectangular y un tamaño y peso nunca antes vistos, juntaba un gran público en todos los lugares en los cuales era expuesto, al punto que el mismo fue exhibido durante años por todo Londres en una carroza tirada por bueyes más pequeños.
Nota: el estatus social y el prestigio era muy importante en esa época. Incluso, muchos hombres que no poseían grandes fortunas intentaban ser parte de la alta sociedad destacándose de manera llamativa en ciertas áreas, como por ejemplo fue el caso de George ‘Beau’ Brummell, el dandy más vanidoso en la Historia
Se calcula que el buey de Durham se reprodujo miles de veces, e incluso había ganaderos que pagaban pequeñas fortunas con el fin de obtener el privilegio de que este animal se reproduzca con sus vacas. La cantidad de crías fue tal que los expertos creen que este espécimen en particular definió las características principales de la raza de ganado denominada hoy en día como shorthorn.
No obstante, además de la raza shorthorn, también definió un movimiento artístico un tanto particular, el cual explotó en popularidad durante la época victoriana al punto de volverse la norma. Con el fin de demostrar su ganado descendía del buey de Durham, los ganaderos británicos comenzaron a solicitar a los pintores que pinten a sus toros lo más rectangular y grandes posibles. Siempre, por supuesto, con las patas de los mismos pintadas de una muy poco sutil manera: finas y cortas con el fin de otorgar una sensación visual muy particular que exagere su tamaño. Si bien en un principio solo los toros y sementales eran representados de esta manera, con el pasar del tiempo todos los animales comenzaron a representarse de esta manera rectangular.
El buey de Durham debió ser sacrificado en el año 1807, tras un accidente al bajar de su carroza de exposición en el cual quebró su cadera. Al momento de pesar su cuerpo sin vida se reportó un peso de 2646 libras, unos 1.200 kilogramos. Es decir, este toro que impresionó tanto a la sociedad británica era solo unos 200 kilogramos más pesado que el toro promedio en la actualidad, como vemos, el proceso de selección artificial continuó durante todo el siglo XIX y el siglo XX.
El buey de Durham no fue el único bovino estrella. La sociedad británica también quedó impactada con una vaca llamada la vaquita cobarde (debido a su actitud temerosa durante las exposiciones)
Para leer más sobre la selección artificial puedes leer cómo los cómo los campesinos holandeses dieron su color naranja a las zanahorias. Una historia fascinante en la cual, sin saberlo, los mismos realizaron uno de los más intensos procesos de selección artificial en la historia.