La destrucción del legado cultural egipcio
La fascinación por la cultura egipcia no es algo nuevo. Ya desde los tiempos romanos los generales y líderes de Roma que viajaban a Egipto quedaban fascinados al vislumbrar las construcciones y monumentos que adornaban los paisajes egipcios (muchos de los cuales, como es el caso de las pirámides, ya eran estructuras milenarias incluso en ese entonces). Dicha fascinación, no obstante, llevó a que se comentan atrocidades arqueológicas sin parangón.
Los ya mencionados romanos, por ejemplo, cortaron de sus bases varios monumentos y los transportaron a Roma. Entre estos quizás el más famoso fue el obelisco que hoy se ubica cercano a la basílica de San Pedro. Obelisco que fue mudado de lugar dos veces, primero por los romanos y luego durante el Renacimiento.
No obstante, nada se compara al nivel de depredación que los monumentos egipcios sufrieron durante los siglos XVIII y XIX. En el pasado hemos hablado sobre cómo la apertura del Canal de Suez llevó a que explote el turismo desde Europa hacia Egipto, causando modas tales como la de intentar escalar las pirámides y tallar inscripciones en sus piedras superiores. También hemos hablado sobre los mercenarios que dinamitaron tanto pirámides egipcias como sudanesas en busca de tesoros, y sobre el transporte de monumentos egipcios hacia los Estados Unidos que llevó a la destrucción o el deterioro irreparable de muchos de estos.
No todas las anécdotas relacionadas con Egipto de los siglos ya mencionados fueron negativas. Por ejemplo, el hallazgo de la piedra Rosetta permitió, tras más de casi un milenio y medio de haber perdido dicho conocimiento, que se puedan traducir nuevamente los jeroglíficos egipcios.
Desenrollando momias egipcias
Sin embargo, de todas las atrocidades arqueológicas del pasado, tal vez la más descabellada fue la manía de los victorianos, alimentada por la creciente fascinación por el ocultismo y el espiritismo de la era, por comprar momias saqueadas de sus tumbas, transportarlas a Londres y reunirse durante las noches para desenrollarlas.
Si bien saquear momias no era nada nuevo, hacerlo como entretenimiento comenzó a principios del siglo XIX como una actividad limitada a la aristocracia francesa, y continuó durante algunas décadas como una práctica oscura y poco conocida hasta irse popularizando al punto de volverse un espectáculo pago. Theophile Gautier documentó en su obra literaria cómo, durante reuniones nocturnas en el Cairo, era común abrir sarcófagos, remover las momias y desenrollarlas. No obstante, fue en el Reino Unido donde la actividad se convirtió en prácticamente un espectáculo circense con actores y narraciones fantasiosas de por medio debido a personas tales como Thomas Pettigrew, quienes comenzaron a masificar el desenrollamiento de momias vendiendo entradas para espectáculos nocturnos.
Thomas «la momia» Pettigrew
Pettigrew era un cirujano quien, tras unas vacaciones en Egipto, vio como los saqueadores de tumbas abrían mauseolos subterráneos con dinamita y retiraban los tesoros y las momias. Las momias, curiosamente, muchas veces valían más dinero que los tesoros, ya que estas eran utilizadas tanto en Europa como en el Medio Oriente y Asia para fabricar todo tipo de pigmentos e incluso pócimas curativas.
Sus espectáculos ganaron tanta popularidad que a mediados de la década de 1830 las entradas se agotaban a las pocas horas de ser puestas a la venta. Además de desenrollar momias, con todo tipo de historias ficticias y apócrifas sobre el origen de las mismas relatadas teatralmente por actores y narradores profesionales que interpretaban a las momias en vida, el cirujano victoriano intentaba también probar que las momias «no eran africanas» utilizando teorías pseudocientíficas y ridículas como la frenología.
Si bien podemos llegar a pensar que tan nefasta actividad encontró resistencia por parte de las instituciones arqueológicas establecidas, Pettigrew tenía permiso para desarrollar sus espectáculos incluso en edificios de la Sociedad Arqueológica Británica. Sociedad que recibía donaciones por parte del mismo y lo había aceptado como uno de sus miembros directivos (manejando el tesoro más específicamente).
Con el tiempo Pettigrew unió su pasión por las momias con su educación como cirujano, volviéndose un experto momificador, y sus servicios fueron contratados por personajes tales como el duque de Hamilton, quien fue momificado por Pettigrew según lo requería en su testamento y puesto en un sarcófago egipcio comprado a saqueadores de tumbas franceses.