Cuando un gladiador comenzaba a salir triunfante este a su vez comenzaba a ganar una gran cantidad de seguidores y admiradores, los cuales apoyaban a su gladiador favorito con una pasión inquebrantable. Muy similar a las estrellas del fútbol en el presente.
Un caso ejemplar es el de Flamma, un adolescente que llegó a Roma siendo no más que un simple esclavo capturado en Siria. Mal alimentado y exhausto tras haber sido expuesto a los elementos durante semanas, el joven fue enviado a la arena como carne de cañón para que fuese rápidamente despachado por los gladiadores más famosos.
Pero para sorpresa de todos Flamma poseía experiencia y destreza en combate, y no sólo venció a los gladiadores que lo enfrentaron en su primer encuentro, sino que además gradualmente fue entrenando y luchando hasta convertirse en la mayor leyenda gladiadora en la historia romana.
Cuando Flamma luchaba la ciudad entera se paraba y sólo se hablaba del encuentro; ganador de varios torneos, experto en varios tipos de combate y cuatro veces ganador del rudius, la ansiada espada de madera que le otorgaba a un gladiador su libertad tras un duelo memorable, la cual rechazó en cuatro oportunidades ya que disfrutaba de la admiración extrema que los romanos sentían por el.
No todos los combates eran a muerte. Si un gladiador demostraba valentía o talento y a la vez este creía que no podía ganar o continuar luchando debido a una herida, el guerrero entonces solicitaba munerarius, si la autoridad máxima en la arena aceptaba la solicitud (y esto era muy común) entonces se declaraba como missus y el gladiador derrotado podía volver de manera honorable a las barracas para luchar otro día, de lo contrario el gladiador victorioso debía matar al perdedor.
Si se luchó con valentía realizar la solicitud no era considerado como vergonzoso, incluso el mismo Flamma solicitó munerarius en cuatro oportunidades distintas. Lo anterior es compresible incluso desde un punto de vista meramente comercial, una vez que dos gladiadores ganaban fama, seguidores y prestigio enviarlos indefectiblemente a morir en la arena no era bueno para los organizadores.
No obstante, cuando se inauguró el Coliseo a finales del siglo I durante la primera batalla ocurriría algo simplemente espectacular. Para la inauguración no se reparó en ningún tipo de gastos. Vespasiano, el emperador que construyó el coliseo, había muerto un año antes y su heredero e hijo Tito utilizó el evento como un festejo de varios días tanto en su honor como para cimentar su posición.
La inauguración fue algo nunca antes visto en la tierra, miles de soldados desfilaron por las calles, más de 9000 animales exóticos fueron masacrados en distintos eventos, cientos de esclavos cayeron ante las espadas de los gladiadores y varios duelos entre gladiadores veteranos tuvieron lugar. Sin embargo, el público esperaba con ansias un duelo en particular. Un duelo entre dos gladiadores veteranos, con varias victorias sobre sus hombros.
Estos no eran dos gladiadores cualquiera, sino que se trataba de Priscus y Verus, dos hombres que pertenecían a dos facciones de gladiadores distintas y se tenían un gran odio entre si. El público esperaba por supuesto una batalla violenta y brutal, alimentada no sólo por el instinto de supervivencia sino que además enardecida por el odio mutuo.
Así fue que ambos hombres se enfrentaron en la arena. Si bien poco se sabe de la vida de ambos, salvo que Priscus era un esclavo celta y Verus un gladiador veterano y famoso, su duelo ha sido uno de los mejores documentados existiendo menciones al mismo en poemas laudatorios e incluso inmortalizados por el poeta Marco Valerio Marcial.
El combate duró un largo tiempo, ambos hombres mostraron extrema valentía y destreza. A medida que el enfrentamiento continuaba y se prolongaba en el tiempo, el público maravillado con el espectáculo de destreza comenzó a pedir la libertad para ambos. Pero Tito permanecía atento al combate ya que ninguno de ellos apuntaba un dedo al aire o arrojaba su arma al suelo (las dos maneras de pedir munerarius).
Es aquí donde algo increíble ocurriría, ambos guerreros se miraron a los ojos y decidieron dejar de luchar. Priscus y Verus clavaron sus espadas en la tierra y miraron al emperador. El público presente explotó en clamores hacia el emperador pidiendo por la libertad de ambos y este así lo hizo. Ambos hombres fueron declarados como victoriosos y recibieron las palmas de la victoria y el rudius que les otorgaba la libertad.
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