Arthur Paul Pedrick, el gran inventor que nunca inventó nada

Arthur Paul Pedrick fue un inventor prolífico con 162 patentes. No obstante, sus inventos eran tan ridículos que nunca vieron la luz.

Durante las décadas del 60 y del 70 en el Reino Unido existió una persona que dedicaría todo su tiempo a pensar en ideas e inventos para mejorar la vida cotidiana. Estando absolutamente convencido de que sus aportes cambiarían al mundo, se veía a sí mismo como un Leonardo Da Vinci moderno, Arthur Paul Pedrick, se vio frustrado una y otra vez cuando absolutamente ninguno de sus 162 inventos resultara ser seleccionado para fabricación, utilizado en la industria o aplicado de alguna manera.

Quedando así como uno de los inventores más prolíficos de la historia, que sin embargo, no inventó nada, ya que ninguna de sus ideas y patentes fue concretada físicamente.

Preocupado por las leyes de la física y sus aplicaciones en el mundo moderno, Arthur, se metería en todo tipo de invenciones. Desde diversos tipos de transporte como un automóvil «empujado por caballos» hasta un sistema de intrincados acueductos desde la Antártida para irrigar los desiertos del mundo.

Si bien no era un experto en nada, opinaba de todo: Desde mecánica cuántica hasta física nuclear, siempre sorprendiendo a los técnicos del registro de patentes con sus explicaciones «alternativas».

El automóvil con «caballos de fuerza reales»:

Curiosamente no fue el único con esta idea. Básicamente un intento de revivir la tracción a sangre utilizando automóviles como carros.

Ilustración de un patente mostrando un caballo tirando un automóvil
El automóvil con «caballos de fuerza reales.

Cómo terminar la Guerra Fría:

Ubicar tres satélites en órbita que en caso de detección del lanzamiento de un misil nuclear por alguna de las potencias automáticamente borren del mapa, con una lluvia de misiles nucleares, a Washington, Moscú y Pekín…

Por supuesto que en ese escenario el «remedio» sería peor que la enfermedad, ya que el mínimo error de cálculo o mal funcionamiento activaría el sistema destruyendo el mundo como lo conocemos.

Ilustración de un patente mostrando mostrando un sistema misilítico terrestre.
Cómo terminar la Guerra Fría: Ubicar tres satélites en órbita que en caso de detección del lanzamiento de un misil nuclear por alguna de las potencias automáticamente borren del mapa, con una lluvia de misiles nucleares, a Washington, Moscú y Beijing.

Irrigar los desiertos de Australia:

Utilizando una lluvia de nieve importada de la Antártida. Utilizando este método, según el inventor, se podrían crear nuevos campos de cultivo y cosecha en el territorio australiano, el cual es en su mayor parte desiertos.

De esta manera podría terminarse con el hambre mundial, o al menos eso creía Pendrick. En definitiva, los nuevos campos además impulsarían a repoblar las áreas desérticas de Australia, incentivando así la economía global en su conjunto y generando una era de bonanza.

Ilustración de un patente mostrando como Irrigar los desiertos de Australia.
Ilustración de un patente mostrando como Irrigar los desiertos de Australia.

Inventores prolíficos que sí inventaban

En la otra esquina tenemos al monje jesuita Athanasius Kircher, un inventor prolífico que invento desde la primera cámara fotográfica en la historia, e incluso un ordenador musical. Si bien tenía inventos excéntricos como el piano gatuno, sus inventos útiles superaban a los excéntricos. Este monje también fue la primera persona en crear un mapa lunar.